Discurso del Excelentísimo Embajador Silvio Mignano por el Día de la Fiesta de la República Italiana.
Señores representantes del Ministerio del Poder Popular para las Relaciones Exteriores de la República Bolivariana de Venezuela,
Honorables Diputados de la Asamblea Nacional,
Otras autoridades venezolanas,
Querido Nuncio Apostólico y Excelentísimo Decano del Cuerpo Diplomático Monseñor Aldo Giordano,
Queridos Monseñores Trino Fernández y Enrique Parravano, Obispos auxiliares de Caracas, querido Padre Miguel Pan, director de la Misión católica italiana de Caracas,
Excelentísimos Señores Embajadores y miembros del Cuerpo Diplomático y Consular y de los Organismos Internacionales acreditados en Venezuela,
Queridos colegas y personal de la Embajada de Italia, de los Consulados, del Instituto Italiano de Cultura, del Instituto Italiano para el Comercio Exterior y de los Consulados Honorarios,
Señores Presidentes y miembros de la Cámara de Comercio Venezolano-Italiana, de la sociedad Dante Alighieri, de los Comites, del CGIE, de los Centros Ítalos,de las escuelas italianas, de las otras asociaciones regionales italianas,
Señores empresarios, profesionales, intelectuales, amigas y amigos de los medios de comunicación,
Amigas y amigos venezolanos,
Cari connazionali:
Libertà va cercando, ch’è sì cara,
come sa chi per lei vita rifiuta.
Así Virgilio habla de Dante en el primer canto del Purgatorio, presentándolo a Catón el Uticense, alma noble que custodia la montaña santa. Es un momento de paz y de serenidad, saliendo finalmente del infierno al aire libre: una noche con color de zafiro oriental, la piedra que se asociaba al don de la libertad: Dolce color d’oriental zaffiro, en el endecasílabo suave de Dante.
A Dante y Virgilio se acerca entonces un viejo de noble y severa figura, digno de ser honrado más aún de como un hijo le debe al padre:
Vidi presso di me un veglio solo,
degno di tanta reverenza in vista,
che più non dèe a padre alcun figliuolo.
Catón duda si dejar pasar al Purgatorio a este desconocido que es evidentemente vivo y ya no un alma. Y es entonces que Virgilio le dice: éste va buscando la libertad, que es un bien tan querido que sólo puede saberlo quien por ella ha sacrificado su propia vida.
La historia de Catón la cuenta el propio Dante en el libro II del De Monarchia, cuando se pregunta por qué los romanos pudieron construir su imperio desde un pequeño pueblo de pastores, y reconoce su fuerza en la virtud, en la capacidad de dirigir su pensamiento hacia el bien común, es decir de la república, de la res publica: Quicunque preterea bonum rei publice intendit, finem iuris intendit. Por este bien común, por la libertad de todos, decidió sacrificar su propia vida Catón, severísimo defensor de la libertad: accedit et illud inenarrabile sacrifitium severissimi vere libertatis tutoris Marci Catonis. Por ello nadie mejor que él podía acercarse al espíritu de Dante, el hombre que libertà va cercando, libertad anda buscando.
Herederos de Catón y del propio Dante han sido las italianas y los italianos que hace setenta y cinco años se levantaron contra el nazismo y el fascismo durante la Segunda Guerra Mundial, rescatando los nobles deseos de esos grandes antepasados y de los tantos italianos que a lo largo de los siglos habían buscado la libertad, de los tantos patriotas que en el siglo XIX habían luchado, en el marco del Risorgimento, para dar a Italia una unidad e independencia que fuese compartida por todo el pueblo.
Esas esperanzas habían sido traicionadas por el fascismo y sustituidas durante veinte años por una capa de represión y de sustracción de todo espacio de libre debate, de confrontación democrática, de participación activa de la población, llegando en los últimos años de la década de los Treinta a la invasión de países independientes, a las leyes raciales, a la alianza con el nazismo, a la tragedia de la Segunda Guerra Mundial, a la traición de miles de ciudadanos italianos, sobre todo de origen judío, entregados a los campos de exterminio fuera de nuestras fronteras.
Solamente los historiadores pueden establecer si la lucha partisana haya sido determinante en la liberación de Italia, respecto a la intervención, por cierto decisiva, de los ejércitos anglo-americanos; pero sí sabemos con claridad que fue necesaria para reconstruir el espíritu del pueblo, para devolver a Italia la dignidad de un país que supo entender sus errores y participar en superarlos.
Fue imprescindible entonces el sacrificio de hombres y mujeres, herederos de Catón el Uticense, como resalta de manera conmovedora si leemos las cartas enviadas a los familiares por los condenados a muerte por los tribunales nazi-fascistas. En estas magnificas misivas, que juntas conforman una verdadera novela de formación de la nueva Italia, se leen frases como esta: «Una vida en la esclavitud es mejor no vivirla. Amen la madre patria, pero recuerden que la patria verdadera es el mundo, y, dondequiera que estén sus símiles, allí viven sus hermanos», u otra, dirigida a las hijas pequeñas: «El mundo mejorará, estén seguras de esto: y si por ello ha sido necesaria mi vida, ustedes serán bendecidas».
Para construir este mundo mejor lucharon y sacrificaron sus vidas los partisanos, migraron millones de italianos hacia otros países, inclusa América Latina, incluso Venezuela, por él escribimos nuestra maravillosa constitución, que les será entregada al salir de esta fiesta, y por él iniciamos en Roma, hace sesenta años, el 25 de marzo de 1957, la construcción de la Unión Europea, el lugar donde alle Menschen werden Brüder.
No podemos hoy, en Venezuela, nosotros los italianos, nosotros los europeos, ignorar la tragedia que se está viviendo en las calles y en las plazas, pocos metros más allá de este recinto donde celebramos la República italiana.
Por ello hemos dudado hasta el final si fuese oportuno celebrar, decidiendo finalmente que sí, pues el esfuerzo y los sacrificios de quienes han construido la libertad y la democracia en Italia merecen ser recordados, y porque los compatriotas que viven en Venezuela y los amigos venezolanos merecen este espacio y este momento de serenidad y de reflexión común, porque lo merece el personal de la embajada, del instituto de cultura y de las oficinas comerciales y consulares italianas que diariamente se sacrifica y trabaja en el medio de enormes dificultades, prestando con honestidad, compromiso, profesionalidad impecable un servicio continuo a los italianos y a los venezolanos, un servicio que no siempre puede ser lo que desearíamos pero que siempre es el máximo que se puede otorgar en las actuales condiciones, y quizás algo más.
Gracias a todas ellas y a todos ellos, gracias al Cónsul General Mauro Lorenzini y al Cónsul Rosario Raciti, que ya salieron del país luego de haber dirigido magníficamente el Consulado General de Caracas y el Consulado de Maracaibo; gracias a Carmen Taschini, quien se encuentra hoy en la cabeza del Consulado General, y un recuerdo afectuoso y con mucha tristeza para el licenciado Mauro Monciatti que nos ha trágicamente dejado exactamente hace un año. Gracias a Erica Berra, incansable directora del Instituto de cultura, que ha llegado a su último día nacional en Caracas. De manera muy especial, sin embargo, permítanme saludar al Vice Embajador de Italia en Venezuela Fabio Messineo, quien también ha llegado a su última celebración del día nacional en Caracas, sin el cual mi actividad en este país no hubiera podido tener los resultados que hemos hasta aquí logrado. Gracias, Fabio. Y gracias a Narda por su amoroso apoyo.
Hemos recordado las luchas de los italianos por la libertad y la democracia, que originan la recurrencia del 2 de junio. Hemos recordado la capacidad de sacrificio de los italianos, ya desde la antigüedad, para defender la libertad. Sin embargo, lo que más nuestro pueblo anhela y ama es la paz, es la belleza. Italia es antes que todo ese otro Dante Alighieri, el que canta
Tanto gentile e tanto onesta pare
la donna mia quand’ella altrui saluta,
(Tan gentil y tan honesta parece
mi mujer cuando los demás saluda),
es el Petrarca que canta
Erano i capei d’oro a l’aura sparsi
che ’n mille dolci nodi gli avolgea,
(Eran los cabellos de Laura esparcidos
que en miles de dulces nudos la envolvían),
es el Leopardi de
Sonavan le quiete
stanze, e le vie dintorno,
al tuo perpetuo canto,
(Sonaban las quietas
salas, y las calles alrededor,
a tu perpetuo canto),
Italia está allí, está en el sinnúmero de lienzos y mármoles de la más alta escuela de pintura y de escultura de la historia, con Giotto, Mantegna, Rafael, Leonardo, Michelangelo, Tiziano, Veronese, Bernini, Caravaggio, Canova. Italia vive en las notas de su ópera, en un Va’ pensiero de Verdi, un Nessun dorma de Puccini, en ese Orfeo de Monteverdi, del cual festejamos en 2017 los cuatrocientos cincuenta años del nacimiento, que fue la primera ópera de la historia y que hace un par de meses Isabel Palacios nos ha regalado en una versión gloriosa con su Camerata. Italia reluce en las películas de Fellini, Sergio Leone, Monicelli, en la escuela cinematográfica que ha recibido el número más alto de Oscar para películas extranjeras de la historia. Italia se ama en los sitios patrimonio de la humanidad que son, de nuevo, el número más alto en la lista de Unesco.
Este es el país que queremos, en paz, en concordia, en libertad; esta es la Europa que queremos, este es el mundo que queremos. No deseamos que nadie tenga ya que pasar a través de las tragedias que vivimos en el pasado, que todos podamos vivir en la belleza. Ya no queremos que se repitan los versos hermosos pero trágicos de Giuseppe Ungaretti: è il mio cuore / il paese più straziato, es mi corazón / el país más destrozado.
En estos días siete artistas y un curador italianos se encuentran en Venezuela – están aquí hoy con nosotros – para presentar un proyecto junto con artistas y curadores venezolanos, cuyo título es Disio, una palabra intraducible que viene nuevamente de Dante, del verso 82 del canto V del Infierno, Come colombe dal disio chiamate, Como palomas llamadas por el deseo. La palabra vuelve en el verso que abre el canto VIII del Purgatorio: Era già l’ora che volge il disio, Ya era la hora que dirige el disio. Disio no es solamente el deseo –del ser amado, del hogar o de los dulces amigos a quienesse tuvo que decir adiós– sino es la nostalgia de lo que aún no tenemos, la nostalgia del futuro, no del pasado. Y todos esperamos, entonces, que ese futuro venga ya, y que sea un futuro de paz y de libertad.
Que viva Venezuela, que viva la República Italiana.